sábado, 21 de mayo de 2011




El “te espero a la salida” era el reto a duelo. Obviamente que era muy difícil que el desafiado rechace el convite. Generalmente una bronca ya establecida de hacía tiempo desencadenada por algún hecho particular terminaba en un enfrentamiento a la salida del colegio.

Los compañeros enterados esperaban la pelea como quien lo hacía con una de Alí-Frazier.

Y una vez que empezaba, los chicos rodeaban a los contendientes.”Piñas van, piñas vienen, los muchachos se entretienen” era un cántico que acompañaba el intercambio de golpes.

Eso sí cuando la cosa se ponía densa, esos mismos muchachos separaban y se terminaba todo.

Y la pelea era a unas cuantas cuadras del colegio, porque sí se enteraban en el mismo corrían las sanciones sin contemplaciones.

Hoy día las peleas se multiplican en los colegios. Dentro y fuera. El nivel de agresividad no tiene límites. Y en estos tiempos las más comunes son las peleas entre chicas. El amor por un mismo muchacho es la causa más común. Algunos medios plantean también una particularidad entre las chicas: el odio y la agresividad hacia la o las compañeras consideradas más lindas y por ende más exitosas con los jóvenes del sexo opuesto.

Y en estas épocas los compañeros de los peleadores ya no se apresuran a separar. Muchos disfrutan con el intercambio de golpes. La tecnología les permite grabarlas en video y subirlas a Internet. ¿Morbo, crueldad, deficiencia mental? No se sabe cómo definir esas actitudes.

Los profesores, preceptores, directivos viven momentos de gran angustia. No sólo ponen su pellejo en separar a quienes se golpean, sino que muchas veces son acusados por los padres de los peleadores en no haber evitado esa pelea. Sí , ellos los padres, que se deberían preocupar por la formación de sus hijos y que proyectan sus falencias en la escuela y sus integrantes. En vez de pedir disculpas y de agradecer por todo lo que hace el colegio, muchos padres se quejan y atacan. Otro de los factores que explican que las cosas estén así.

Y que ocurre con los transgresores: poco o nada. Lo máximo es la separación de la institución de él o os agresores sí lo dispone el respectivo consejo de convivencia. Pero eso sí, al personaje en cuestión, el colegio debe buscarle una nueva institución escolar. Y así van rotando esos alumnos violentos con estas medidas pensadas en que tal vez el cambio de ambiente los apacigüe.

¿Y la prevención de estos hechos? Se reduce a medidas sin ningún resultado, por culpa de una metodología impuesta por las autoridades políticas. Basta analizar como estos problemas se multiplicaron con los años y las acciones ensayadas para neutralizarlas no dieron resultados. Por el contrario la problemática se acrecienta constantemente.

Y siempre los miembros de la escuela actuando en soledad. Nunca una visita y acompañamiento de un funcionario del ministerio de Educación respectivo para interiorizarse in situ de los problemas de las escuelas. En algunas ni siquiera vienen en momentos previos a elecciones.

¿Qué hacer entonces?

Ser inflexibles. Ante el atisbo de alguna actitud violenta, se debe prestar atención a ese alumno. Y sí resulta un peligro para sus compañeros, su paso por el colegio debe ser pausado. Tratarlo en las instituciones correspondientes para que pueda luego seguir su escolaridad.

Debemos cuidar no a uno (el agresor), sino a cientos de alumnos (los agredidos o potencialmente agredidos) de un colegio. Los antecedentes trágicos en el mundo y en el país de sicóticos que la emprenden contra seres humanos en los colegios nos deben poner en alerta. Y ese alumno lo estamos ayudando sí puede adaptarse a la sociedad en el ámbito adecuado con la ayuda de especialistas para así luego retomar su lugar en el aula.

Desde lo más alto de la jerarquía educativa se le debe dar prioridad a estas cuestiones. Que no distinguen nivel social y que hacen a la calidad educativa, la seguridad de toda la comunidad escolar y la dignidad de los estudiantes, docentes y todos los trabajadores de la Educación.