miércoles, 17 de febrero de 2010

Los buenos y los malos.


Es la clasificación más básica que se hace entre los alumnos sobre sus profesores, desde siempre. Con un estilo maniqueo se los divide en buenos y malos.
Buenos: no reprueban tan habitualmente, ayudan en los exámenes. Son simpáticos en el trato.
Malos: desaprueban en mayor proporción, ni una ayudita para orientar en una prueba. Siempre con rostro adusto.
Aristóteles decía que la virtud es un exacto medio entre dos extremos. Agreguemos entonces una nueva categoría: el justo.

El objetivo principal del docente es que el alumno adquiera el máximo de conocimientos, habilidades, que logre espíritu crítico, independencia de criterio, que sea una persona que no se deje manipular. Claro, cuando uno es adolescente lo que quiere es aprobar, pero esto ¿sea como sea?
En un colegio una vez me sorprendió escuchar un dialogo entre dos alumnos sobre un nuevo profesor que iban a tener en una materia. ¿Regala nota preguntó un alumno al otro? Esa era su principal preocupación.

Y en cuanto a los padres, cualquier director puede decir que las mayores quejas de los padres que se acercan a un colegio, es por notas supuestamente bajas de sus hijos.
Raro que un alumno o un padre requiera a las autoridades el subir el nivel de enseñanza de determinado profesor. La cuestión es que no desaprueben al estudiante.
Eso sí, cuando en una instancia superior el alumno no llega con los conocimientos correspondientes, la culpable es la escuela secundaria.

¿Y qué ocurre no en el momento de cursar el colegio secundario, sino al iniciar estudios en un nivel terciario o universitario?¿Cómo es la visión que se tiene de esos mismos docentes?
Aquellos profesores serios, severos pero respetuosos y que nunca ofenden, ni ironizan sobre sus alumnos, que cumplen cabalmente con su tarea son los que serán más recordados con el tiempo.
También aquellas personas que son simpáticas y amables. Que se permiten una broma de vez en cuando, pero por sobre todo ponen mucho empeño en tratar de cumplir con sus objetivos y que el alumno aprenda.

Quienes no serán recordados seguramente:
Los demagogos, los que no enseñan, los que usan su tiempo en temas que no tienen que ver con los de sus materias, y no aprovechándolo en dedicarlo a la educación de los jóvenes, en la asignatura que le corresponde.

Conclusión: el concepto que se tiene de un profesor evoluciona. El malo de los días de estudio tal vez es el que nos dejó bien preparados para enfrentar los retos de la vida y de la educación postsecundaria. El bueno de aquellos tiempos tal vez nos hizo más fácil el paso por el colegio, pero pudo haber sido uno de los déficits en nuestra preparación para las instancias superiores.
Y por supuesto en muchos casos hay profesores de buen trato, simpáticos y excelentes en su trabajo y por otro lado docentes que además de ser (y querer que trasciendan que son) muy severos, no se destacan por los buenos resultados en la formación de sus alumnos.

Y propongo para los estimados lectores de ese blog (a los que les agradezco muchísimo su atención) un ejercicio simple: ¿A qué profesor o profesora del secundario recuerda con más estima? ¿Quienes fueron los mejores desde un punto de vista integral?

Tal vez los merecedores de ese recuerdo no merecieron tal aprecio en su momento.
El tiempo, en este como en muchos otros aspectos de la vida, logra que seamos mucho más objetivos.