sábado, 20 de junio de 2009

El elemento Radio y un uso que resultó trágico.


En una entrada anterior hablamos sobre el descubrimiento de la radiactividad y las consecuencias de manipular materiales cuyo poderío se desconocía. Y dijimos que tal poderío terminó con la vida de su descubridor Henri Becquerel y quizás con la de Marie Curie.
Los elementos radiactivos emiten fundamentalmente tres clases de radiaciones: la llamada alfa, formada por iones de helio, la beta constituida por electrones de alta velocidad y la más poderosa: la gamma, una radiación similar a los rayos x por su naturaleza electromagnética pero con un contenido energético notablemente superior.
Una característica del radio, cuya radiactividad es aproximadamente un millón de veces superior a la del uranio, es su luminiscencia, es decir la emisión espontánea de luz a temperatura ambiente, debida a las desintegraciones que tienen lugar en sus núcleos y la emisión de las radiaciones mencionadas.
Esa propiedad fue usada a principios de siglo en la decoración de objetos y hasta se dio el caso de la venta de esmalte para uñas a base de radio.
En los relojes se pintaba el cuadrante, las agujas los números o índices que indican la hora.
Por supuesto las consecuencias fueron catastróficas y es muy conocido el hecho de la fábrica de relojes donde sus trabajadores, todas mujeres, hasta mojaban los pinceles embebidos en pintura al radio, para lograr trazos más finos. Obviamente que todo ello trajo resultados trágicos.
Fue éste uno de los hechos que permitió sospechar a los investigadores sobre el peligroso y mortal poderío de este elemento.
En radioterapia (justamente el elemento le dio el nombre a esta clase de tratamiento) el radio ha sido reemplazado por otros elementos más potentes y seguros de manejar.


Y cambiando de tema.

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